Si San Juan supiera…

AFRODESCENDIENTES

EN LA PRÓXIMA EDICIÓN, LA SARANDUNGA: ENTRE COTIDIANIDAD Y CARENCIAS.

Indhira Suero 
Carla Lugo baila la sarandunga con una gracia sin igual. Sus movimientos, seguros y ágiles, indican que se está frente a toda una experta en la materia, aunque sólo tenga nueve años y curse el quinto grado. Al moverse en círculos con la falda agarrada por ambos lados al toque de una “capitana”, emula los movimientos que le enseñó su abuela, quien, a su vez, los aprendió de sus padres.

Carla conoce cada elemento de esta expresión cultural que nació en La Vereda y de ahí se trasladó a Fundación de Peravia y luego a Pueblo Arriba en Baní.

La pequeña asegura que en el futuro será profesora y que a sus alumnos les enseñará sobre este patrimonio de Baní y del Caribe.

Porque la sarandunga, más que un baile típico o una fiesta en honor a San Juan Bautista, es en este paraje del municipio de Baní, un estilo de vida para los creyentes en el santo. La pequeña asegura que en el futuro será profesora y que a sus alumnos les enseñará sobre este patrimonio de Baní y del Caribe.

Porque la sarandunga, más que un baile típico o una fiesta en honor a San Juan Bautista, es en este paraje del municipio de Baní, un estilo de vida para los creyentes en el santo.

La sarandunga de Dago
Lo que tal vez no sabe Carla es que este ritmo de tambores y güira esconde años de lucha y resistencia: el sufrimiento de negros cimarrones que huían de los abusos de la colonización desde Haina, Nigua y Nizao hacia las sierras de Neyba y Bahoruco, y que encontraron en La Vereda el camino hacia resurrección.

De acuerdo con el sociólogo Dagoberto Tejeda, que por años ha investigado los orígenes y manifestaciones de la sarandunga en el país, la historia del blanco colonialista (racista y antihatiana) ha invisibilizado el protagonismo de los afrodescendientes.

“Cuando empezaron a huir, algunos cimarrones se fueron quedando y ahí nace La Vereda, que se convierte en un maniel de tránsito con la figura de San Juan Bautista, que era el santo preferido de los africanos por la simbología de Changó, la libertad y con el agua que simbolizaba la vuelta a África. Esto conllevó a que se diera un proceso de cimarronaje y eso es lo que no enseñan todavía en una escuela proscrita y tergiversada”, dice Tejeda.

Esa sangre africana derramada por los hombres, mujeres y niños que buscaban la libertad es la que corre por las venas de Carla, la que se alborota al escuchar el sonido del tambor.

Así fue…
Sobre el origen de la sarandunga, Tejeda afirma que existen dos versiones acerca de la entrega del santo. Una de las leyendas es la de Piobisco Martínez, un banilejo que fue a Haití a vender unas reses. Cuando le quedaban muy pocas se encontró con un señor que le cambió unas cuantas por una imagen de San Juan Bautista y algunos instrumentos, indicándole que con esto se hacían unos bailes. Otra historia asegura que fueron los franceses los que llevaron el santo a La Vereda, lugar donde originalmente inició la tradición.

Aunque en La Vereda la fiesta tiene un carácter más festivo, actualmente son más conocidas las celebraciones de Pueblo Arriba, en la que existe un culto a los antepasados y una relación con los luases (el día 24 una persona se encargaba de ir al cementerio a prender velones, echar monedas y pedir permiso para que los muertos regresaran a la actividad en este barrio de Baní) y la de Fundación de Peravia, los 29 de junio, día de San Pedro, en la que se producen manifestaciones de trance y ‘montadera’. “En La Vereda, junto a San Juan Bautista encontramos los tambores, bailes y rituales que son una presencia en esencia de los diferentes grupos que se fueron quedando. Y esto se mantiene como un espacio de resistencia y de identidad”, manifiesta Tejeda.

Música
Confesor González creció, al igual que Carla, junto a la sarandunga. De sus 51 años lleva 30 años participando y coordinando las celebraciones principales en La Vereda. Hoy recuerda cómo su papá le contaba que bajo el árbol de guatapanal se reunían sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos a tocar los ritmos de la bomba , la capitana y la jacana.

Estos bailes mágico religiosos se tocan con cuatro instrumentos: un tambor grande, acompañado de dos tambores pequeños y un güiro de metal.

“Esta sarandunga era usada como una forma de hacer resistencia a los españoles”, señala González.

Como parte de la Sarandunga están los moranos, que, según Dagoberto Tejeda , en su libro “San Juan Bautista y la sarandunga de Baní” es la pieza que se canta para llevar el Santo al río , en el recorrido por las calles y cuando los músicos van de donde están tocando hasta el altar donde está San Juan.

Vuelta a la manzana
“Iniciamos el siete de julio con la primera novena y el 16 se completa el ciclo de las novenas. A las seis de la tarde del 15 , empezamos con una procesión donde Justiniano Mojica (fallecido, mejor bailador de la jacana). Seguimos bajando hasta llegar a la ermita a las 11 de la noche, hicimos la novena y cada uno se trasladó a su casa. A las cinco de la mañana empezamos de nuevo con la procesión y comenzamos un segundo pavoneo visitando a los cofrados.

A las nueve llegamos al árbol de guatapanal el más viejo de esta zona porque cuentan que toda la vida se ha tocado bajo ese árbol. Luego fuimos a la ermita y le cantamos al santo.

Cuando termina la misa, realizada por un sacerdote , a las diez estamos debajo del guatapanal, tocando y bailando hasta la seis de la tarde. Cuando vamos donde los cofrados tocamos tres sarandungas” , asegura González.

Comida pa´to´el mundo
La herencia “afro” se manifiesta hasta en la comida. Se hace un sancocho de seis u ocho calderos con 100 libras de arroz para mil personas y bebidas. Como todo en la sarandunga es tradición durante años que el grupo de mujeres y hombres que cocina los alimentos de los visitantes , permanece inmutable: Telma Gonzales con 19 años en la cocina, Santa Bernavé, 17 años, María Aybar, Cecilia Mojica, Santa Cecilia Mojica, Marisol Mojica, Martha Aybar (cinco cada una) y Juan Francisco (El Padre) con 19 años y Maquini Báez Carvajal con ocho.

Mientras, por el árbol de guatapanal, Cecilia Vizcaino , que junto con otras tres mujeres llega desde lugares como Los Jovitos y San Jose de Ocoa , vende los denominados “dulces de negros” : de leche, pan de batata, roquetitos de yuca, maní, dulce, yuayica, masita, conconete, piña con coco, ajonjolí, naranja, leche con coco.

Más que un simple baile o una invención de un grupo “marginado” , implica resistencia , sudor y lágrimas .

Tal vez Carla no sepa aún el verdadero significado , pero es casi seguro q
ue esa noche, luego de baile y comida en abundancia durmió con los repiqueteos de una sarandunga en su cabeza: “ola, ola, ola, ola de la mar, que bonita ola, para navegar”

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AFRODESCENDIENTES: POBREZA Y EXCLUSIÓN

El 2011 fue proclamado como Año Internacional de los Afrodescendientes, por la Asamblea General de las Naciones Unidas , en busca de “fortalecer las medidas nacionales y la cooperación regional e internacional en beneficio de los afrodescendientes en relación con el goce pleno de sus derechos económicos, culturales, sociales, civiles y políticos, su participación e integración en todos los aspectos políticos, económicos, sociales y culturales de la sociedad y la promoción de un mayor conocimiento y respeto de la diversidad de su herencia y su cultura”.

Las comunidades afrodescendientes todavía luchan, en pleno siglo XXI, por alcanzar reconocimiento histórico y cultural, así como igualdad económica y social.

En República Dominicana, manifestaciones como La Sarandunga, la Fiesta de los Atabales de Haina, el Good Morning Guavaberry, de San Pedro de Macorís, la Cosecha de Samaná , Atabales de Sainaguá, la Fiesta liborista del Mellizo de Palma Sola, de San Juan y Los congos de Villa Mella perviven en las zonas más pobres y con pocas oportunidades educativas y de trabajo.

Texto original: http://www.listin.com.do/ventana/2011/7/22/196859/print-no-pics