El Papaupa aprendió que si en algún momento un tráfico le amenazaba con ponerle una multa, por manejar a toda velocidad sin cinturón y con una cerveza en la mano, las palabras mágicas que le ayudarían a salir de tan horrible situación debían de ser “¿Usted sabe quién soy yo?”, por supuesto dichas con mucha autoridad y con la cabeza en alto. De fallar ese recurso solo debía de hacer una llamada a “su amigo el Coronel” y ¡zas! todo quedaría resuelto, e incluso el insolente y atrevido agente de tránsito le ofrecería mil disculpas por atreverse a multar a una persona tan digna e importante: ¡Perdón, comando, es que tengo que cambiar los lentes; ute’ sabe que cuando están vencio’ uno casi no ve de lejos y se puede confundir fácil!
Nuestro protagonista sabía también que el “bulto y el ayante” le abrirían más puertas que ser sencillo y modesto. Por eso, que quede como un secreto entre nosotros, cada vez que iba a una discoteca llenaba la mesa en que estaba con champañas con velitas y whiskys caros para que todo el mundo lo mirara y, por supuesto, para que las damiselas presentes en la fiesta se sintieran tan atraídas a él como las abejas al panal. Eso le sirvió mucho cuando salía dispuesto a la conquista amorosa ya que, según decía, “ninguna mujer le hace caso a un hombre feo, prieto y sin cuartos”.
Además, El Papapua está al tanto de que vive en una nación en la que condenan a un hombre a 20 años de prisión por el robo de un salami, mientras otros hacen y deshacen a su antojo sin nadie que se atreva a ponerles freno.
Por eso, mis queridos negritos, cada día de su vida nuestro gran Papaupa siempre se encarga de “pisar primero al otro antes de que me aplasten a mi…¡Ay, ñeñe!”
Texto original:
El Papaupa