Padres en la literatura

Indhira Suero
Santo Domingo
A lo largo de la historia de la literatura la figura paterna ha sido clave para algunos escritores hasta el punto de convertirse en un tema esencial en sus escritos.

​Incluso, para varios autores escribir sobre sus progenitores significa una especie de sanación espiritual. Mientras que la mayoría de obras presentan a un progenitor distante, ausente, poco cariñoso y, en ciertos momentos, abusivo y cruel.

El mejor ejemplo lo representa el escritor Franz Kafka cuya obra “Carta al padre” ha sido objeto de innumerables estudios literarios y psicoanalíticos. De acuerdo a varios investigadores, la mala relación entre el escritor de Praga y su papá —debido a la rectitud del progenitor— resultó en uno de los textos más crudos de Kafka:

«Querido padre: hace poco tiempo me preguntaste por qué te tengo tanto miedo. Como siempre, no supe qué contestar, en parte por ese miedo que me provocas, y en parte porque son demasiados los detalles que lo fundamentan, muchos más de los que podría expresar cuando hablo. Sé que este intento de contestarte por escrito resultará muy incompleto».

Mientras que en España el literato Miguel Delibes cuenta en La mortaja”, sobre cómo un hijo se enfrenta a la muerte de su papá y acaba amortajándolo. Otro novelista que ha tratado el tema es el neoyorkino Philip Roth con “Patrimonio”: una historia verdadera que relata los últimos años al lado de su progenitor, viudo, con 86 años, y a quien se le diagnostica un tumor.

Otro aspecto de la paternidad lo trata el escritor japonés Kenzaburo Oé, quien expuso en su novela “Una cuestión personal”, basado en su propia experiencia, la desesperación de un padre con su hijo enfermo.

Según expertos, otros escritores, también padres de niños enfermos, vieron en sus historias una forma de escape y alivio al escribir sobre la situación que atravesaban. Así lo hizo el estadounidense Michael Greenberg, que, en su libro “Hacia el amanecer”, habla de la enfermedad de su niña. Además el autor Jean-Louis Fournier, padre de dos hijos con retraso mental, escribió “¿Adónde vamos, papá?”.

También escribieron sobre la figura paterna los estadounidenses Raymond Carver (“La vida de mi padre”) y Paul Auster (“La invención de la soledad”).

 “Mi oído en su corazón, de Hanif Kureishi, y “Missing”, de Alberto Fuguet, manifiestan en ambos autores el abandono y la sustitución. De igual forma el colombiano Abad Faciolince, con “El olvido que seremos”, aborda el tema del trauma y la pérdida

Latinoamérica
Pedro Páramo, escrita por Juan Rulfo y considerada como una de las novelas más relevantes para los latinoamericanos, relata la historia de un hombre llamado Juan Preciado quien por deseos de su madre va en busca de su progenitor a un pueblo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Paramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”.

En República Dominicana, la figura materna desempeña un papel protagónico que la mayoría de las veces opaca a la paterna. De acuerdo a la investigadora Maryse Renaud, uno de los pocos textos que pone en escena una figura paterna vigorosa es “Judas”, la novela del escritor Marcio Veloz Maggiolo.

Mientras que otro destacado autor, Juan Bosch, emplea en varias de sus obras una figura paterna distante y abusiva. Por ejemplo —en “Cuentos escritos en el exilio”— el texto “La mujer” presenta a un padre que maltrata a su esposa y a su pequeño.

Una novela más reciente, “Papi” de la escritora Rita Indiana Hernández, trata sobre una niña espera y espera a su padre hasta el delirio. Papi no falla en aparecer. Aparece y reaparece, repitiéndose sin pudor, encarnando el neomacho global de los trópicos, prodigando dólares, carros, mercancías y novias hasta inducir el trance alucinatorio en las masas y en su pequeña posesa.

“Papi tiene más de to´ que el tuyo, más fuerza que el tuyo, más pelo, más músculo, más dinero y más novias que el tuyo. Papi tiene más carros que el tuyo, más carros que el diablo, tantos carros que tiene que venderlos porque no le caben en su propia marquesina”, narra la autora.