Y es que, queridos negritos, El Contentico era un hombre que vivía para ser feliz, para disfrutar la vida y alegrar la existencia de los demás. El primero en llegar a las fiestas, el último en irse. El único capaz de alegrar a todos con su risa. El que siempre estaba dispuesto a ayudar. El que les daba dulces y pesos a todos los niños del barrio. A quien todos querían, siempre.
Pero el jefe del Contentico, un político corrupto, fue extraditado a Estados Unidos y eso significó la desgracia para nuestro protagonista.
A sus 57 años de edad lo único que había hecho desde jovencito era ser chofer, y cuando consiguió la oportunidad de trabajar con el funcionario se puso como meta construirle una casita a su esposa inválida y sacarla del ranchito de hojalata en que vivían.
Pero la alegría en casa de pobre dura poco, y pronto nuestro Contentico se vio sumido en la pobreza y desesperación.
Las deudas empezaron a acumularse. Los medicamentos para su esposa eran cada vez más caros. El Contentico sabía que con 57 años nadie lo contrataría para trabajar y por eso, cuando la desgracia llegó a su puerta, aceptó tragarse la droga en espera de los 1000 dólares que le prometieron por ese trabajo.
Una a una se tragó El Contentico las 57 cápsulas.
Cada una representaba un año de miseria en la vida de nuestro héroe.
Un sueño perdido.
La mala suerte que le tocó al nacer pobre en un país pobre.
Lo único que no sabía nuestro Contentico era que dos de las cápsulas le estallarían en el intestino dejándolo muerto a los pocos minutos. Que no podría construirle la casita a la esposa inválida. Que su amada ni siquiera vería los 1000 dólares.
Que la miseria lo perseguiría hasta la muerte.