Juan del Carmen Santos, conocido como Contín en uno de los campos más remotos del Sur, tuvo que salir huyendo pa’ la Capital porque se lo estaba llevando el Diablo. Y es que aunque nuestro Contín disfrutaba la vida de campo, se dio cuenta muy temprano de que si se quedaba ahí sus hijos se quedarían sumidos en la pobreza y su mujer se moriría más rápido.
La falta de oportunidades, mis queridos negritos, es algo bastante asarozo.
Eso fue lo que hizo que nuestro protagonista decidiera vender su amado pedazo de tierra, lleno de matas de plátanos y yuca, para irse a vivir en una pieza de zinc de dos habitaciones a orillas del río Ozama.
Porque en la Capital, los niños podrían ir a la Escuela sin tener que caminar durante dos horas.
Porque en la Capital, los niños podrían ir a la universidad.
Porque en la Capital, podría conseguir un trabajo en el Mercado.
Porque en la Capital, su mujer podría tratarse del maldito cáncer de hígado que muchas veces hacía que se quedara sin fuerzas y que tuviera que quedarse en cama toda la mañana.
“Nuestra vida cambiará”, le decía con mucha emoción Contín a uno de sus vecinos mientras se quedaba mirando fijamente a las gallinas que picoteaban sin resultado el suelo de cemento.
Contín repetía esa frase todos los días, en especial cuando estaba trabajando con la tierra y sentía que su corazón se encogía de melancolía. Desde pequeño, su mundo fue el campo.
Los árboles, el río que ahora ya está seco, las peleas de gallo y los sancochos con más víveres que carnes formaban parte de su vida.
En el campo nació, creció y esperaba morir en paz. Era un campesino y lo decía a boca llena. Sin embargo, queridos negritos, esa sensación no le duraba mucho. Después de todo, la Capital era la tierra de oportunidades.
Publicada en Ventana de Listín Diario.