Te sigo esperando, Chichí

José Antonio Segura, conocido como Joselo por amigos y familiares, ya había hecho dos viajes a la Capital detrás de su amigo Chichí. Ahora, en su tercer viaje, mientras espera en la puerta de un lujoso edificio de oficinas del Estado, Joselo recuerda. Mucho tiempo ha pasado, queridos negritos, desde que nuestro protagonista y su amigo jugaban vitillas en las calles del barrio, tumbaban nidos de pajaros de las matas de mango y robaban cerezas del patio de doña Sula.
Ahora Chichí ya no es aquel niño de rodillas raspadas y cabello tostado por el sol que iba casi todos los días a comer arroz con habichuelas (no había para carne) a casa de Joselo. Ahora es alguien importante. Un funcionario destacado, con chofer, seguridad y mucho, pero mucho dinero. En cambio, la vida de Joselo no ha sido tan buena. 

 

A los 11 años, una enfermedad degenerativa le arrancó la visión, y con ella las oportunidades. Los padres de Joselo eran muy pobres como para pagar cada semana el pasaje para que él fuera a clases. Tampoco tenían tiempo de acompañarle, ya que su mamá tenía 5 hijos más y su papá era jornalero en una finca. 

Lo que más preocupaba a Joselo era que, en un futuro, le sería muy difícil conseguir un trabajo. Un muchacho de campo, que no puede estudiar y para colmo es ciego, ¿qué pasaría con él? La angustia inundaba su corazón y le hacía sentir que no había salida.
En esos momentos, su amigo Chichí lo consolaba y le prometía que cuando fueran grandes lo ayudaría.
Por eso, años más tarde, desde que Joselo escuchó en la televisión que a Chichí lo nombraron como ministro en el nuevo Gobierno se hincó y lloró. ¡Al fin su vida cambiaría! Esperaba que su amigo lo ayudara con un trabajo, cualquiera que fuese, algo pequeño que pudiera hacer.
En uno de los viajes de Chichí al campo hablaron y quedaron en que Joselo iría a la oficina en la Capital para empezar con el papeleo. “No te preocupes, Joselo, yo te voy a ayudar”, le prometió una vez más el ahora funcionario.
Por eso, aunque la primera vez que fue a la oficina, una secretaria con voz aguda le dijo que el señor ministro no podría atenderlo, porque estaba en una reunión, Joselo no se preocupó. “Así pasa con la gente importante”, pensó.
La segunda vez, Chichí tampoco pudo recibirle. La secretaria le dijo a nuestro protagonista que el señor ministro se encontraba en un recorrido de tres días. Algo que surgió de repente.
Entonces, semanas después, Joselo visitaba el mismo edificio y escuchaba a la misma secretaria de voz aguda decirle que el señor ministro tuvo que salir a encontrarse con el presidente de la República y no podría atenderlo esta vez.
“Dígale entonces que regreso en tres semanas”, dijo Joselo a la joven, mientras pensaba que su amigo se había convertido en un hombre bastante ocupado.
Y así, nuestro Joselo salió del edificio sin darse cuenta que Chichí lo miraba con desprecio desde la ventana de su oficina. Tal y como había hecho las otras veces.