Porque, como diría doña Yuya, es mejor casarse con la leche en la boca, que estar vieja y quedarse jamona. Siempre será mejor tener un plato de comida seguro, porque es duro ser una mujer pobre en esta vida. Lo malo es que el esposo de La Yaki, no ha salido bueno.
Le da comida, sí. La mudó en una pieza, sí. Le declaró a sus dos hijos, sí. Pero a lo que se niega rotundamente es a que La Yaki termine el bachillerato.
“Si yo la mantengo, ¿qué quiere buscar en la calle?”, dice el Cabo, que no es tan viejo, solo tiene 40 años.
“Que se quede cuidando sus muchachos”, dice el Cabo, que no es tan viejo, solo tiene 40 años.
Y así, mis negritos, cada tarde se repite la misma escena. Mientras La Yaki peina a su hija más pequeña en la entrada de su casa, ve pasar al grupo de chicas de su edad que va camino a la escuela. Pasan como mariposas azul y kaki, haciendo alboroto, rompiendo el letargo en que se duerme el barrio a las dos de la tarde.
Las escucha reír y hablar sobre las tareas, mientras dejan tras de sí un delicioso olor a colonia. Ve como una de ellas lleva algunos libros en la mano. Con dificultad, nuestra Yaki lee: literatura, sociales y naturaleza.
“Si algún día fuera yo”, piensa La Yaki mientras, con amor, cepilla los duros cabellos de su niña.
“Si algún día fuera yo”, piensa La Yaki mientras se toca con cuidado el doloroso moretón que ayer le hizo su esposo en el ojo.
Publicada en Ventana de Listín Diario.